Salmo 125 y Proverbios 22:1-2, 8-9, 22-23; Santiago 2:1-18; Marcos 7:24-37
¿Es tu vecino un imbécil? ¿Un pecador? ¿Un hereje? ¿Se equivoca de plano en política, o en fútbol, o en la hora de cortar el césped? ¿Son de los que no les gustan las alcachofas? Oh, los horrores...
La misericordia triunfa sobre el juicio.
Tenemos que tener claras nuestras convicciones y mantenerlas firmemente, sin dejar que se diluyan o se pierdan por los sutiles disolventes del mundo, como la apatía o el estar demasiado ocupados o distraerse o simplemente no querer hacer mella. Pero una vez que nuestras convicciones empiezan a sonar como juicios, nos hemos excedido en nuestro grado de responsabilidad. Sólo Dios puede decidir quién está tan equivocado que no tiene esperanza. Sólo Dios conoce los secretos más íntimos del corazón humano. Sólo Dios puede invocar ese misterioso pecado imperdonable, la "blasfemia contra el Espíritu Santo". Sólo Dios está facultado para escribir a alguien en el Libro de la Vida. Nuestra tarea consiste en mantenernos firmes en nuestras convicciones y, al mismo tiempo, ser escandalosamente misericordiosos con aquellos que no viven según el mismo conjunto de creencias, o que dicen vivir según ellas pero no las cumplen. Escandalosamente misericordiosos. Activamente misericordiosos.
La misericordia triunfa sobre el juicio. Y si tu discurso, tus mensajes, tus fuentes de noticias, tus actos y decisiones, parecen juicios y caminan como juicios y graznan como juicios... bueno, es hora de cambiar el dial de la radio de tu alma a otra cosa.