MARTES DE SEMANA SANTA
Salmo 33:18-22; Hechos 2:36-41; Juan 20:11-18
"Dejad que los niños se acerquen a mí", Lucas Cranach, alemán, hacia 1535, témpera sobre madera, Museo Stadel, Frankfurt, Alemania: una obra de arte diseñada para enseñar la agenda de la Reforma sobre el bautismo, en la que la alegría de las mujeres que entregan a sus hijos contrasta con la severidad de los apóstoles, que se supone que tenían una comprensión doctrinal más clara, pero que han perdido la dulzura de abrazar a Cristo de todo corazón.
Tradicionalmente, la Pascua es el momento de los bautismos. Solemos celebrar dos o cuatro bautismos, de niños y adultos, en la vigilia del sábado por la noche, en la mañana de Pascua y en los servicios de esta semana. Durante las dos últimas décadas, he bautizado a adultos en piscinas y en el río Spring, en un jacuzzi humeante en un porche cubierto de nieve, en una bañera para un paciente moribundo en su casa, en un abrevadero para caballos cubierto de lirios colocado delante de nuestro altar, en el río Jordán bajo la mirada de guardias fronterizos armados con ametralladoras. Muchos niños pequeños se han mojado en la pila de 150 años de antigüedad que hay a la entrada de la nave. Este año, nuestro bautismo programado no está programado por el momento, ya que la familia no pudo estar allí en Pascua debido a... bueno, todos sabemos por qué la familia no pudo estar allí. Ya pensaremos en una nueva fecha cuando podamos pensar en algo. Porque aunque los bautizados son los que reciben el Sacramento, es imprescindible que haya una comunidad reunida en torno a la pila: la comunidad ayudará a ese nuevo cristiano a crecer en el arrepentimiento.
El bautismo es la respuesta adecuada al oír que Jesús es el Señor crucificado, porque oír eso lleva al arrepentimiento. Ese es el mensaje de los Hechos. Pero la palabra "arrepentirse" en griego no significa sentir pena por nuestros pecados, que es lo que yo crecí pensando que significaba. El griego es "metanoia", cambiar de pensamiento, cambiar de opinión. Y amigos, tanto si tienes dos semanas como si tienes 72 años, tu forma de pensar sólo puede cambiar si las personas que te rodean comparten sus ideas, preguntas y creencias. Por mi cuenta, estoy atrapado en mis pensamientos. El bautismo es siempre una actividad comunitaria, porque los que están allí prometen ayudar a la persona a pensar de forma nueva. Tanto si se trata de un bebé cuyos padres y padrinos prometen centrarse en cuestiones de fe en los años venideros, como si se trata de un adulto que busca un nuevo círculo de amigos que le ayuden a ver las cosas de forma muy distinta a sus patrones de vida anteriores, la metanoia es un cambio que requiere la participación de los demás.
Es por esa razón que nuestra Iglesia -y la gran mayoría de todos los cristianos a lo largo de la historia- bautiza a los niños. Eso, y el testimonio consistente de las Escrituras de que hogares enteros son bautizados al mismo tiempo cuando sólo una persona ha escuchado el sermón que provoca el evento (Hechos 10 y 16, I Cor 1) y, por supuesto, Colosenses 2 que compara el bautismo con la circuncisión (que ocurre en el octavo día). Porque el bautismo no es un signo de arrepentimiento, de cambio de mentalidad; es el comienzo de ese proceso, al ser injertados en una nueva comunidad en la que la fe (y el fracaso, y la duda, y la pregunta) se comparten libre y frecuentemente para que nuestras mentes puedan ser renovadas al revestirse de Cristo (Romanos 12:2). Por eso, en este tiempo de Pascua, esperamos ese momento en el que podamos reunirnos de nuevo en torno al agua y empezar a ayudarnos unos a otros a cambiar de opinión sobre cómo funciona realmente el mundo, un cambio basado en el reconocimiento cada vez mayor de que Jesús es el Señor crucificado.
