Salmo 87, 90; 1 Macc. 2:1-28; Ap. 20:1-6; Mat. 16:21-28
Cuando Pedro le dice a Jesús que su mensaje es demasiado duro (porque no es de felicidad-gozo-gozo, no de que las cosas buenas lleguen a los que esperan), Jesús se da la vuelta y le riñe. Apártate de mí, Satanás, piedra de tropiezo: tu mente está puesta en las cosas terrenales y no en las celestiales".
Todo sistema religioso y filosófico tiene que enfrentarse a la cuestión de cómo cuadrar su estímulo para hacer lo correcto (sea lo que sea, según el sistema en cuestión) con la dura realidad de que, a veces, hacer lo incorrecto es precisamente lo que gana la partida a corto plazo. Y que a veces, el corto plazo es más largo que la vida natural de los que rompen o siguen las reglas. Los bandidos y los ladrones fundaron dinastías que son respetables porque la brutalidad y el engaño que los llevaron a los castillos y a los despachos de las empresas están a generaciones o siglos de distancia del delito original. Los malos no siempre pierden, los buenos no siempre ganan. El karma y la reencarnación, la mirada al abismo de la desesperación, el juicio eterno de los individuos resucitados, abrazar la oscuridad y decir que la fuerza hace el bien, todos los sistemas adoptan algo parecido a una de estas cuatro formas de cuadrar la ecuación a lo largo del tiempo, para decir que finalmente, aunque tarde una eternidad, se recoge lo que se siembra.
Lo que no podemos hacer es volvernos optimistas sobre las cosas, aferrándonos ciega y tontamente a la ilusión de que todo saldrá bien al final si tenemos un poco de paciencia. Jesús rechaza de plano ese tipo de falso optimismo: Le dice a Pedro que negar la realidad de que la crucifixión se acerca, es inevitable y es absolutamente injusta es, bueno, algo peor que una ilusión. Es impío. Se supone que debemos ser realistas, amigos. Ver las cosas como son y no negar las aristas duras y las verdades difíciles. Hacer lo correcto, en otras palabras, porque creemos que es la voluntad de Dios y por eso seguimos el camino del Maestro, hacerlo porque es (como lo entendemos) la voluntad de Dios y no porque pensemos que nos hará ganar una larga vida, prosperidad y el aplauso de las multitudes, hacerlo aunque estemos bastante seguros de que hará que nos despidan, nos ridiculicen y nos quedemos solos bajo la lluvia sin paraguas.