Devocional Nov 1 2021

No entiendo muy bien lo que queremos decir cuando nos ponemos de pie los domingos y las fiestas y, en el Credo de Nicea, afirmamos que creemos "en la comunión de los santos". Las personas que me rodean aquí y ahora rezando por mí, apoyándome, corrigiéndome y ocasionalmente reprendiéndome, seguro. Los recuerdos de personas, muchas de ellas cotidianas pero de fantástica importancia para mí, que iluminan muchos días oscuros: claro, también lo entiendo. ¿Pero los "santos"? ¿Qué tiene que ver conmigo Francisco de Asís, muerto hace unos 800 años? O esos oscuros cristianos cuyos nombres y cruces están esculpidos en fragmentos de piedra caliza esparcidos por las laderas de Oriente Medio, que una vez fue un hervidero de monjes e iglesias abarrotadas y ahora simplemente muestra que las ciudades, y la cultura que sustentaban, son polvo en el viento. Incluso los grandes santos que he conocido fugazmente en la vida -Florence Tim-Oi Li (primera mujer sacerdote en el anglicanismo), Juan Pablo II (no hacen falta presentaciones, ¿verdad?), Verna Dozier (18 libras de fuego vivo llamando a todos los que están al alcance del oído para que escuchen las implacables demandas del Señor de consolar a su pueblo, especialmente a los que no se sienten cómodos), Hanan Ashrawi (una de las principales negociadoras de los fallidos acuerdos de paz palestino-israelíes y crítica intrépida de la corrupción incluso de su propio "equipo"). Los he conocido, me he hecho fotos con ellos, ¿me reconocerían humildemente si me toparan por la calle? Lo dudo. ¿Comunión con ellos? Sólo una o dos veces, de rodillas ante una barandilla.

Creo en ella, pero no la "entiendo". Y eso, amigos, es mucho de lo que es la creencia. El anhelo de algo que no está del todo claro. Por la justicia, sea como sea, seguramente más compleja que mis simples formulaciones. Y la misericordia. El amor, la fuerza, la compasión, la paciencia y la aceptación. Creo en ellos, pero apenas podría reconocerlos en la calle si se toparan conmigo. Porque son más grandes, más complejos, de lo que puedo ver y entender. Puedo anhelarlos y deslumbrarme con ellos una vez que han pasado por delante de mí, cambiándome para siempre. Esa es la comunión de los santos, amigos: me pasa, de vez en cuando, y me cambia para siempre. Y la mitad de las veces ni siquiera me doy cuenta mientras lo hace.

Así que sí, creo en la comunión de los santos. Sea lo que sea eso. Lo reconoceré eventualmente, supongo. Y me alegraré de que esté ahí. Y anhelar que llegue, cuando llegue. Mientras tanto, confío en los recuerdos y me apoyo en los sueños. Que no son del todo comunión, pero son los bloques de construcción que podrían, eventualmente, convertirse en comunión.