Salmo 16, 17; 1 Reyes 5:1-6:1,7; Hechos 28:1-16; Marcos 14:27-42
"Por favor, llévate esta copa, no la quiero... pero es tu decisión, no la mía, Señor". Este es Jesús hablando en el Huerto, ¿verdad? ¿Y cuál es la respuesta del Padre? "Esta copa no se va, pero Tú no estarás solo. Mi amor tampoco se va".
Esta cosa llamada vida está llena de alegrías y maravillas, y de penas y aflicciones. En las primeras, debemos estar agradecidos. ¿Y en las segundas? Bueno, a veces podemos hacer algo para mitigar, eliminar o, al menos, sacar algo bueno de las penas y los sinsabores. Cuando ese es el caso -cuando puedes hacer limonada de los limones, cuando puedes deshacer una injusticia, cuando puedes mejorar las cosas para la próxima vez- entonces, por supuesto, hazlo. Dios nos llama a trabajar en su jardín, a cuidarlo y a cultivarlo. Así es como convertimos Getsemaní, que es un jardín de penas, en el Edén, que sigue teniendo sus serpientes problemáticas y sus ocasionales ataques de soledad (véase Génesis 2), pero que, en general, es un gran lugar para pasar el tiempo.
Pero hay momentos, amigos, en los que toda la labranza y el mantenimiento del mundo no van a alterar el terreno. Momentos en los que las penas y los sinsabores no son más que el coste de los negocios. La relación que nunca se reparará, el error que nunca se corregirá, la oportunidad perdida para la que no hay vuelta atrás, el informe médico que es lo que es. Así es la vida. Y está bien pedirle a Dios un milagro, siempre y cuando recordemos que, incluso si no se materializa, la buena voluntad de Dios para nosotros seguirá funcionando, sólo que no como nos gustaría o en nuestro tiempo. Elizabeth Kubler-Ross lo llamó la etapa de aceptación del duelo: esto es una mierda y no puedo cambiarlo, pero no va a desaparecer y tengo que trabajar con ello lo mejor que pueda. La etapa, por cierto, que ella tan famosamente dice es donde tenemos que estar para pasar de nuestro dolor a una nueva vida.
Jesús pasa por sus etapas de dolor. Oh, es demasiado inteligente para la negación, pero hay algo de ira (volcar las mesas y perseguir a los cambistas con látigos), hay algo de regateo (que pase esta copa...), incluso hay algo de depresión (todos me vais a dejar, ni siquiera os podéis molestar en estar despiertos y rezar por mí). Pero Jesús pasa muy, muy rápidamente a la aceptación. Y en esos momentos en los que la vida nos da limones y no hay limonada posible, eso es lo que debemos intentar hacer también. Rezar por un milagro mientras aceptamos que no se nos garantiza ni se nos debe uno.