Salmo 137, 144; Éxodo 10:21-11:8; 2 Cor. 4:13-18; Marcos 10:46-52
Junto a las aguas de Babilonia, Arthur Hacker, inglés, 1888, óleo sobre lienzo, Colección Touchstones Rochdale, Manchester, Inglaterra
"Nos sentamos y lloramos". Los exiliados recuerdan lo que era vivir en su propia tierra, ser dueños de sus propios destinos (más o menos, ¿qué ser humano lo es realmente?). Ahora se encuentran en una tierra extranjera, arrastrados con cadenas para hacer lo que se les dice cuando se les dice, con la mente llena de recuerdos de hambre y muerte y las ruinas humeantes de lo que solía ser. Y cuando se les pide que entretengan a sus captores con canciones y bailes de la vieja patria, lo único que pueden hacer es llorar.
El mundo tiene esta loca manera de volverse de repente contra nosotros. Lo he visto a nivel social probablemente cuatro veces en mi rectorado aquí: El 11-S, el Gran Tornado, la Gran Recesión, la Gran Pandemia. Lo veo todo el tiempo a nivel individual o familiar: el Diagnóstico Terrible, la Partida Torbellino, la Mala Revisión en el Trabajo, la Verdad Oculta Revelada. Nos despertamos en un mundo y nos acostamos en otro. Nos pasaron cosas, a pesar de nosotros, y todos pasamos de sentirnos como en casa en nuestra propia piel, dueños de nuestros propios destinos, a la conciencia muy real de que éramos actores bastante pequeños en un escenario bastante grande y no siempre bien intencionado. Y cuando el mundo gira, queremos sentarnos y llorar. Queremos colgar nuestras arpas en los sauces y detener el sonido de la música para siempre.
He estado allí, más de una vez. A nivel social, cuatro veces en mi rectorado aquí; a nivel personal y familiar, tres o cuatro veces, y seguro que más de ambas si vivo hasta mi media estadística. Me he desanimado. Me he sentado a llorar. He decidido que nunca más habría canciones. Y cada vez, ese día ha pasado, y las arpas se han bajado de los sauces de nuevo, y se han vuelto a encordar y a afinar, y las canciones se han vuelto a cantar en el frescor de la noche. Canciones de hogar. Canciones de esperanza. Canciones de recuerdo y canciones de aliento. El mundo gira: somos nosotros los que confundimos las alegrías o las pruebas de hoy con la eternidad. No lo son. La nueva normalidad de hoy pasará y otra nueva normalidad ocupará su lugar. Lo que debemos hacer es no olvidar, en el período de espera, las canciones. Porque llegará de nuevo el momento en que podamos cantar la canción del Señor en una tierra extraña que ya no se siente tan extraña.